Acompáñanos en este viaje al pasado de Azeroth
World of Warcraft ha cambiado una barbaridad desde su lanzamiento en 2004. Y sigue haciéndolo con cada expansión (e incluso con cada parche) que se lanza al mercado. La experiencia que vivimos los primeros jugadores en el MMO de Blizzard no tiene absolutamente nada que ver con la que viven ahora todos los que tiene la oportunidad de disfrutar de Battle For Azeroth.
Continentes subacuáticos, Alamuerte dividiendo Los Baldíos, Las Mil Agujas anegadas, viajar a otras localizaciones como Pandaria, Terrallende, Draenor o Rasganorte. Todos estos momentos que hemos ido viviendo a lo largo de la historia de World of Warcraft eran algo impensable para los primeros jugadores que visitaron Azeroth. Era una época de descubrimientos y superación personal. Donde conseguir aliados era esencial, tanto para enfrentar peligros como para movernos más rápido entre ciudades o incluso comerciar.
Aprovechando que este año podremos disfrutar de WoW Classic, una remasterización de lo que fue en su día la edición Vanilla, hoy quiero ayudaros a recordar cómo era la experiencia en 2004. Para ello he entrado en uno de los pocos servidores privados que quedan después de la ya famosa “purga” de Blizzard y he creado un personaje para revivir lo que se sentía al recorrer Azeroth cuando aún estaba en pañales. Nuestra aventura comienza aquí. Ante nosotros se extienden las verdes planicies de Mulgore.
Lo primero que puede llegar a sorprender a aquellos jugadores que no pudieron disfrutar de los primeros años de World of Warcraft es que obviamente todo parece como un poco arcaico. Los ataques de nuestro personaje se sienten toscos y sí, muchas veces incluso fallamos cuando intentamos herir a nuestros enemigos con nuestras armas o hechizos.
Comenzamos en el Campamento Narache, un pequeña aldea donde una docena de taurens nos darán nuestras primeras misiones del juego. Y para conseguirlas buscaremos, como siempre, esas típicas exclamaciones amarillas sobre las cabezas de los aldeanos que nos han acompañado en estos 15 años. Tomate tu tiempo y lee bien lo que te piden porque, aunque siempre podrás revisar el objetivo en tu lista de misiones, no podrás utilizar el mapa para orientarte. Sí, has leído bien. Los objetivos de misión en el mapa fueron incluidos en el juego un tiempo después, por lo que aquí, te tocará utilizar la brújula y no olvidarte de qué enemigo específico quieren que derrotes.
Y hablando de derrotar enemigos. Si has jugado a WoW previamente o a cualquier otro MMORPG sabrás que, si bien los caminos suelen ser espacios relativamente seguros, las tierras que se extienden más allá están plagadas de diferentes enemigos de todos los tamaños, formas y colores. Esos enemigos te darán experiencia al acabar con ellos y por supuesto, cuantos más derrotes, mejor. Tranquilos, no vengo a explicaros algo que ya todos sabéis.
Y es aquí donde nos encontramos con el que, para mí es el elemento más importante de World of Warcraft. Bueno, no solo está presente aquí, sino en casi cualquier otro videojuego multijugador: la cooperación. SI nuestros ataques fallan contra nuestros enemigos y enfrentarnos a dos criaturas o más es muy complicado no nos queda otra que buscar una mano amiga con la que poder derrotar a nuestros contrincantes y completar misiones.
Solos, el juego se vuelve lento y quizás hasta monótono, pero con aliados se transforma en una de las mejores experiencias que se pueden vivir dentro de una pantalla. Y no solo lo digo yo, preguntadles a los millones de jugadores que, hoy en día, siguen sin abandonar Azeroth.
Y hasta aquí nuestro primer acercamiento al “primer World of Warcraft”. Aún quedan muchos elementos que comentar, pero los iremos descubriendo poco a poco; pues lo bueno, si breve, dos veces bueno. ¡Hasta la próxima!